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MERCADEO EN REDES
Cortesía Don Failla el 17-06-2017, 15:19 (UTC)
 El mercadeo en Red es el sistema de distribución de productos de mayor crecimiento hoy en día, y el que menos se comprende. Grandes expertos en finanzas y economía como Donald Trump y Robert Kiyosaki lo llaman: "El Negocio del siglo XXI"
El mercadeo en red es un sistema de distribución de productos, desde la fábrica hasta el consumidor final, donde el único intermediario es el asociado independiente, quien se beneficia del sistema. En el mercadeo en red, usted trabaja por su cuenta, usted estará comprando los productos con descuento directamente de la empresa que representa y lo ideal es que también sea un consumidor de dichos productos.
La equivocación mas común en cuanto al mercadeo en Red es la noción de que para tener Éxito se debe convertir en un Vendedor.. Se puede decir mucho a favor de las ventas al por menor y no debe ser ignorado, pero para generar un ingreso realmente sustancioso, el verdadero éxito radica en la construcción de una organización (una red de consumidores asociados a la empresa).
Si alguien siente que el Mercadeo en Red es ilegal, teniendo la idea de que es semejante a un negocio piramidal, recuerde que para ser un negocio piramidal no existe productos de consumo personal y solo ganan dinero aquellos que han estado desde el principio.
En el Mercadeo en Red todos comienzan desde el mismo punto de partida, y tienen la oportunidad de desarrollar una gran organización. Una persona nueva puede construir una organización mas grande que la persona que lo invitó, y ganar más dinero.
Quieres pertenecer a una empresa dedicada al Mercadeo en Red.. Solo separa tu entrevista y empieza YA!!!

Luis Meza
994311086
 

¿DESEA GANAR?
Cortesía el 26-11-2008, 20:57 (UTC)
 En muchas actividades del ámbito organizacional y también del personal, existe un gran deseo por "GANAR". Esto parece obvio... ¿quién no desea ganar? La aspiración a la victoria y al éxito es natural y totalmente legítima. Sin embargo, cuando se convierte en obsesión, pretender ganar puede llevarnos a perder.
Hoy vivimos en una cultura obsesionada con ganar: las organizaciones compiten por cuál genera más ganancias; los científicos, por quién publica más trabajos; los deportistas, por quién obtiene más títulos; hasta las religiones comparan sus índices de captación de fieles!
En nuestra vida privada, también vivimos esta obsesión: si practicamos un deporte nos medimos por la cantidad de partidos ganados, o de puntos anotados; evaluamos nuestro éxito profesional según los ingresos y ganancias obtenidos; hasta nuestra vida sexual se rige de acuerdo al número de orgasmos alcanzados! Cuando somos padres, esta obsesión pareciera cobrar más fuerza: si nuestro hijo llega a casa después de jugar un partido, lo primero que le preguntamos es "¿GANASTE?"; cuando vuelve de rendir un examen, lo increpamos con "¿Sacaste un diez?"; etc...
Ser el mejor, llegar a lo más alto y obtener lo máximo, son metas importantes que no deberíamos resignar. Si no aspirásemos a ganar, difícilmente mejoraríamos nuestro desempeño en aquello que hacemos. El problema con esta aspiración es que -cuando se convierte en obsesión- nos lleva a igualar "buen desempeño" con "máximo resultado". En una cultura del "ganador se lleva todo" y "nadie recuerda al segundo", sentimos que -si no ganamos- no hicimos bien las cosas. Este extremismo (como cualquier otro) nos perjudica en más de un sentido. Principalmente:
- Daña nuestra autoestima: cada vez que no ganamos -y son muchas las ocasiones en las que esto sucede- nos sentimos mal con nosotros mismos, nos avergonzamos, o culpamos. Las emociones negativas que alimentamos, nos hacen perder la confianza en nuestra capacidad de obtener mejores resultados en el futuro. De alguna manera, nos auto-saboteamos.

- Deteriora nuestras relaciones: cuando lo único que cuenta es ganar, perdemos de vista las consecuencias de nuestros actos sobre otras personas. Esto puede llevarnos a tratarlas mal, a ser egoístas con ellas y a perjudicarlas, muchas veces sin desearlo realmente. El individualismo que adoptamos cuando nos obsesionamos con ganar, nos aleja de los demás. Posiblemente obtengamos aquello que deseábamos, o sea "ganar", pero en el camino quizás quedemos solos.

- Nos estresa: la pretensión permanente de triunfo genera un estado de angustia, ansiedad e inconformismo. Vivir bajo la presión constante de obtener el máximo posible, nos impide lograr la tranquilidad necesaria para analizar nuestro desempeño y mejorarlo.

- Compromete nuestra integridad: tener un enfermizo deseo de lograr el máximo triunfo está muy emparentado con el "ganar a toda costa". Presas de esta obsesión, muchas veces llegamos a pensar que el fin justifica los medios: si se trata de ganar, "todo vale". Esto nos lleva a mentir, a desobedecer una regla, a romper una promesa, o a traicionar valores importantes.
El buen desempeño tiene más que ver con una sana búsqueda de superación, que con una obsesiva aspiración a la victoria. Por lo tanto, desempeñarse bien no equivale a ganar. ¿Acaso nunca jugamos excelentemente un partido y lo perdimos? ¿Nunca atendimos de la mejor manera a un cliente, pero no logramos que nos compre? ¿No dimos todo lo mejor en un trabajo y resultamos despedidos? ¿No amamos incondicionalmente, pero fuimos traicionados, o no correspondidos?
Ganar es sólo un resultado posible de un buen desempeño. Existen otros, como: la felicidad que nos proporciona una experiencia; el significado que tiene para nosotros vivirla; y el legado que dejamos para los demás, a través de nuestro ejemplo e inspiración. Orientarse únicamente a ganar, nos hace perder equilibrio y perspectiva. Cuando lo hacemos, descuidamos otras variables que contribuyen con nuestra satisfacción, desatendemos nuestros procesos de crecimiento y no valoramos el lugar de cada experiencia en nuestro desarrollo. Todo ello perjudica profundamente la manera como planificamos y medimos nuestro desempeño y la definición de nuestras metas y expectativas.
Si realmente deseamos ganar en nuestra vida... debemos comenzar por replantear esta aspiración y valorar otros resultados.
... hasta pronto
 

SABE PEDIR?
Cortesía el 06-11-2008, 16:24 (UTC)
 Si pedimos algo y no se cumple, nuestra primera reacción es quejarnos. Nos sentimos "víctimas" y culpamos a la persona que recibió el pedido. Pero, ¿estamos seguros de que no es nuestra culpa? ¿Alguna vez aprendimos a pedir? Si no obtuvimos el resultado deseado... ¿no será que no supimos pedirlo?
Cuando trabajamos junto a otras personas, muchas veces pensamos que llegamos a un acuerdo cuando -en realidad- establecimos las bases para un "futuro desacuerdo". En ocasiones, la ausencia de resultados es producto de una falta de claridad cuando formulamos un pedido. Si no están claras las condiciones de satisfacción de un pedido, es imposible que exista un compromiso... y sin compromiso no hay acción. Analicemos el siguiente diálogo:
- Necesito que todos los pronósticos estén para el viernes al mediodía, comunica un jefe
- De acuerdo, dice uno de sus colaboradores
- Me parece un tiempo razonable, agrega otro
- No hay problema, cierra un tercero
En esta conversación está claro para cuándo (viernes al mediodía) el jefe necesita aquello que pide (los pronósticos)... pero falta especificar quién, de sus tres interlocutores, se encargará de hacerlo. Tal como se planteó el pedido, cualquiera puede ser responsable -o no- de cumplirlo. Así, es probable que todos se retiren de la reunión sin sentirse comprometidos y los pronósticos no aparezcan. El viernes al mediodía... ¿a quién culpamos?
Para ser efectivos en nuestros pedidos (y que nuestra comunicación produzca un resultado) necesitamos generar compromiso. La única manera de lograr esto, es expresarnos con precisión. Para ser respondido, un pedido debe contener claras condiciones de satisfacción: qué pedimos, para cuándo y a quién. Si falta alguno de estos elementos, no obtendremos la respuesta deseada y -muy posiblemente- nos quejemos.
En nuestras comunicaciones, insinuamos, sugerimos, referimos, hacemos alusiones... todo menos comunicar un pedido directo! ¿Por qué tendemos a ser evasivos en nuestras solicitudes? ¿Por qué tememos pedir las cosas "con todas las letras"?
Nos cuesta comunicar un pedido claro y directo, porque tendemos a convertirlo en un acto emocional. Si pedimos algo directamente, tememos que nos perciban como "autoritarios" o insistentes. Cuando pedimos algo directamente, nos exponemos al riesgo de recibir un "no" por respuesta y también tememos ese rechazo. Además, muchas veces pensamos que hicimos un pedido cuando no lo hicimos: creemos que los demás nos entienden, pero carecen de los detalles necesarios para llevar adelante la tarea. Es muy frecuente que tengamos la imagen del resultado deseado en nuestra mente, pero que no la describamos claramente a los demás.
Un pedido bien comunicado -particularmente si se trata de algo complejo- no es un monólogo, es un diálogo. Primero debemos describir aquello que queremos, explicar los requerimientos específicos (fecha, lugar, condiciones, etc...), preguntar si la persona está dispuesta y en condiciones de cumplir el pedido, precisar los recursos que serán necesarios y garantizar que los responsables tengan acceso a ellos. Formular con precisión nuestros pedidos y necesidades es una forma de evitar reacciones ,como la queja y la culpa.
Sabiendo esto, podemos ayudar a otra persona a mejorar sus peticiones, transformando su queja en una oportunidad de acción. Consideremos el siguiente diálogo entre dos colegas:
- Los proveedores nunca devuelven mis llamadas, se lamenta Fernando
- ¿En serio? -pregunta su colega- Recuérdame nunca confiar en ellos!
Ahora comparémoslo con el que sigue:
- Los proveedores nunca devuelven mis llamadas
- ¿A qué te refieres con "nunca"? ¿Jamás lo han hecho?
- Bueno, nunca antes de dos o tres días
- ¿Y cuán rápido desearías que lo hicieran?
- En menos de 24 horas
- ¿Alguna vez les pediste que devuelvan tus llamadas en menos de 24 horas?
- No directamente, pensé que era lógico y que no hacía falta...
- Bueno, la próxima vez que hables con ellos, explica tu necesidad y pide que te llamen en menos de 24 horas. Si cumplen, perfecto y si no, habla nuevamente con ellos.
Al convertir una queja en un pedido, abrimos las puertas hacia la acción. Es responsabilidad de quien efectúa un pedido hacerlo claramente para no quejarse luego y es responsabilidad de quien escucha una queja, desentrañar un pedido claro y puntual.
Para hacer más productivas nuestras comunicaciones, tenemos que orientar nuestras conversaciones a la acción y al compromiso. Suele pensarse que una cosa es Hablar y otra Hacer... pero estas acciones no son opuestas. Cuando existe un diálogo preciso, se logran excelentes resultados. Aprenda a pedir... y lo comprobará!
 

MIEDO AL EXITO
Cortesía el 06-11-2008, 16:04 (UTC)
 La mayoría de nosotros hemos aprendido que el fracaso es algo negativo. Por el contrario, aprendimos que el éxito es algo positivo y que conviene esforzarnos por alcanzarlo. Por lo tanto, es natural temerle al fracaso y desear el éxito.

Sin embargo, el éxito puede ser tan temible -o más- que el fracaso. Constantemente, vemos personas que desperdician intencionalmente la oportunidad de alcanzar sus metas, que escatiman esfuerzos para lograr un valioso objetivo o que, cuando están a punto de conquistar una posición deseada, se echan atrás. Estas conductas -aparentemente irracionales- pueden ser consecuencia de un temor al éxito.

El miedo al éxito puede manifestarse de muchas maneras, entre otras como:
- miedo a que el esfuerzo sea demasiado
- miedo a no ser capaces de manejar la responsabilidad del éxito
- temor de no merecer las buenas cosas y el reconocimiento, que llegan como resultado del éxito
- miedo a cometer errores y a perder la posición alcanzada
- miedo a no poder sostener el progreso
- miedo a que alguien mejor nos desplace
- miedo a tener mucho más para perder
- temor a descubrir que el resultado alcanzado no era el deseado
- temor a perder el interés y el compromiso
Estos miedos tienen serios efectos. Como consecuencia de ellos, algunas personas se involucran en conductas auto-destructivas; otras enfrentan dificultades para tomar decisiones, o resolver problemas; hay quienes pierden la motivación para crecer y progresar, mientras otros experimentan sentimientos de culpa, confusión y ansiedad. En los peores casos, el temor al éxito conduce al auto-sabotaje: la persona termina eligiendo exactamente lo opuesto de aquello que necesita para alcanzar sus metas.

Para evitar estos miedos, es preciso identificar sus causas. Una de las principales es la falta de solidez en los propósitos.

Cuando construimos una casa, lo primero que levantamos son los cimientos. Estas bases soportan un determinado tipo de edificación: por ejemplo, una propiedad de dos plantas. Si, luego de levantar esos cimientos, decidimos hacer un edificio de veinte pisos, las bases no servirán. De la misma manera, nuestro éxito necesita de una base sólida. Si nuestro propósito no es sólido (es decir, si los "cimientos" no resisten), un eventual éxito se desmoronará.

El éxito nos da temor cuando lo construimos sobre los cimientos equivocados y le damos un peso que las bases no pueden tolerar. Por ejemplo, cuando queremos tener éxito para demostrar algo a alguien: "Ya verá mi padre lo que soy capaz de hacer"; "Les daré una lección a todos aquellos que me decían que nunca lograría nada"; "Cuando sea exitoso, no necesitaré nada de ellos", etc... Muchos aspiran al éxito para cumplir las expectativas de otras personas (padres, jefes, amigos, etc...), o para competir con otros. Cuando el propósito es ganar la aprobación, el reconocimiento, o la aceptación de los demás, nos estamos apoyando en una base demasiado débil.

Asimismo, solemos perseguir el éxito porque pensamos que nos da poder. Tendemos a creer que tener éxito significa ser más inteligentes, habilidosos, o capaces que los demás. O, buscamos triunfar como pretensión de reivindicación: "Ahora que tengo éxito, podré borrar mis errores." El éxito no borra nada, sólo el perdón (nuestro y de los demás). El éxito no logra ninguna de esas cosas: no nos hace más inteligentes, no nos valida ante los demás, ni nos reivindica.

Cuando asociamos el éxito a estas motivaciones externas, se vuelve temible, porque nos hace dependientes. A su vez, se vuelve demasiado pesado, porque lo convertimos en un fin, en lugar de utilizarlo como medio. Al ser débiles las bases que sostienen el éxito, es comprensible sentir miedo ante él. Para que el éxito no pese -ni asuste- es preciso apoyarlo sobre bases sólidas. Estas sólo pueden construirse con firmes creencias y motivaciones que nacen de nuestro interior.

Si bien es muy deseable por la mayoría, el éxito no es algo sencillo, ni "liviano". Exige mucha reflexión y preparación. Lo fundamental para superar nuestras inseguridades frente a él, es saber quiénes somos, qué queremos realmente y qué somos capaces de lograr.
 

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